Al hilo de la entrada anterior, con la espectacular tumba del Príncipe Juan de Castilla y Aragón, leo, en el Simplicius Simplicissimus de Grimmelshausen: “¿es justo que un rico sea enterrado en una iglesia porque pague más monedas para pregonar su vanidad y la de los suyos, mientras que el pobre, que es tan cristiano como él y quizás más piadoso, pero que no puede pagar ni un céntimo, tenga que ser enterrado en un rincón?”.
Algunos dirán que gracias a ese dinero se construyó la iglesia o sirve para mantenerla, y así, se ganan el derecho a la “parcelita” dentro del recinto. (Visitad las capillas de la Catedral de la Almudena, de Madrid). Habrá quién les conteste que, cristianos como son, deberían acordarse del sermón de la montaña y aquello de que no sepa la mano izquierda… etc. O lo del camello y la aguja.
Ahora que se escucha tanto lo de la construcción de Europa a “dos velocidades”, ¿habrá para entrar en el Reino de los Cielos “dos velocidades"?